Saquen paraguas, que viene Manzanares
Dicen los antiguos que después de la tormenta siempre llega la calma, pero ayer no hizo falta. Cuando más torrencial fue la lluvia, cuando mas adverso fue el tiempo, cuando más azotó el viento, vimos el mejor toreo de lo que llevamos de feria, siempre con el permiso de Don Diego Ventura y su delicadísimo repertorio en caballos, y una inolvidable faena digna de aparecer aquí de ser retratada en todas las escuelas del toreo y de las bellas artes. Desde la grada se oteaba una magnifica tarde triunfal a cargo del magistradísimo Ponce, el temerario Castella y el ya consagrado Manzanares hijo. Pero se complicó la cosa, los astados de Juan Pedro Domecq parecían no estar por la labor de colaborar y acompañado por las malas condiciones meteorológicas hicieron que de los cuatro primeros toros no se pudiese sacar ápice ninguno de buen toreo, ni tan siquiera las catedráticas artes de Ponce con su primero consiguieron respuestas del ganado. Todo señalaba a otra desilusionadora tarde cuando en el quinto de la tarde, el atrevimiento, el inconmensurable valor y gallardía de Sebastián Castella levantó al respetable del tendido. Sus ya más que conocido pase por detrás de la espalda desde los medios puso el corazón en un puño a los presentes pero llegó el sexto y llegó la magia. No pueden imaginarse estampa más bonita, paisaje más hermoso que el vivido ayer en el coso del Baratillo. Una tromba de agua sin igual castigaba el albero maestrante y José María Manzanares toreaba de salón, toreaba de salón porque parecía que estaba sólo, en el campo, hombre y animal a igualdad de condiciones. El público cubierto de paraguas parecía auténticamente parte del decorado de una película añeja, con una cortina de agua que dejaba ver el templado toreo de muleta en la mano derecha del de Alicante. La Banda de Tejera, como si detrás de un palio se tratase, ponía banda sonora a la película mientras que Manzanares bailaba y bailaba con los pies mojados con su enemigo y amigo, danzando un toreo serio y completo, lleno de emoción y con grandes detalles de arte y carta. No importó la lluvia, ni el viento, ni esa gota que resbalaba por la mejilla del maestro hasta rozar la testuz de su pareja de baile. El compás perfecto y la templanza de los toreros con arte de la tierra se aunaron para hacer única su danza bajo la lluvia. No falló con la espada, cómo iba a fallar, si todo se conjuró para ver pasear triunfante a Manzanares con las dos orejas por la piscina de la Real Maestranza del Sevilla. Dicho queda, tarde para el recuerdo y digna de poner en todas las escuelas de tauromaquia de todo el mundo para ejemplo de cómo se torea cuando cielo y tierra no lo permiten.
Manuel Gil Gutiérrez
Dicen los antiguos que después de la tormenta siempre llega la calma, pero ayer no hizo falta. Cuando más torrencial fue la lluvia, cuando mas adverso fue el tiempo, cuando más azotó el viento, vimos el mejor toreo de lo que llevamos de feria, siempre con el permiso de Don Diego Ventura y su delicadísimo repertorio en caballos, y una inolvidable faena digna de aparecer aquí de ser retratada en todas las escuelas del toreo y de las bellas artes. Desde la grada se oteaba una magnifica tarde triunfal a cargo del magistradísimo Ponce, el temerario Castella y el ya consagrado Manzanares hijo. Pero se complicó la cosa, los astados de Juan Pedro Domecq parecían no estar por la labor de colaborar y acompañado por las malas condiciones meteorológicas hicieron que de los cuatro primeros toros no se pudiese sacar ápice ninguno de buen toreo, ni tan siquiera las catedráticas artes de Ponce con su primero consiguieron respuestas del ganado. Todo señalaba a otra desilusionadora tarde cuando en el quinto de la tarde, el atrevimiento, el inconmensurable valor y gallardía de Sebastián Castella levantó al respetable del tendido. Sus ya más que conocido pase por detrás de la espalda desde los medios puso el corazón en un puño a los presentes pero llegó el sexto y llegó la magia. No pueden imaginarse estampa más bonita, paisaje más hermoso que el vivido ayer en el coso del Baratillo. Una tromba de agua sin igual castigaba el albero maestrante y José María Manzanares toreaba de salón, toreaba de salón porque parecía que estaba sólo, en el campo, hombre y animal a igualdad de condiciones. El público cubierto de paraguas parecía auténticamente parte del decorado de una película añeja, con una cortina de agua que dejaba ver el templado toreo de muleta en la mano derecha del de Alicante. La Banda de Tejera, como si detrás de un palio se tratase, ponía banda sonora a la película mientras que Manzanares bailaba y bailaba con los pies mojados con su enemigo y amigo, danzando un toreo serio y completo, lleno de emoción y con grandes detalles de arte y carta. No importó la lluvia, ni el viento, ni esa gota que resbalaba por la mejilla del maestro hasta rozar la testuz de su pareja de baile. El compás perfecto y la templanza de los toreros con arte de la tierra se aunaron para hacer única su danza bajo la lluvia. No falló con la espada, cómo iba a fallar, si todo se conjuró para ver pasear triunfante a Manzanares con las dos orejas por la piscina de la Real Maestranza del Sevilla. Dicho queda, tarde para el recuerdo y digna de poner en todas las escuelas de tauromaquia de todo el mundo para ejemplo de cómo se torea cuando cielo y tierra no lo permiten.
Manuel Gil Gutiérrez
1 comentario:
manu eres el manolo moles jjaa
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